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UNA CONTRADICCIÓN INCONCILIABLE

  • Foto del escritor: Jackie Vidal
    Jackie Vidal
  • 25 jun 2016
  • 3 Min. de lectura

Un profesor de Derecho Penal de la UBA, vivió el momento más difícil de su carrera, tenía que dar clase sobre el tráfico de estupefacientes, y su hijo estaba preso por la muerte de una chica a la que había iniciado en el consumo y drogada se había arrojado al vacío desde el quinto piso de su departamento.

“Dalmacio Fredes, subió la escalera de la Facultad. Cada escalón le producía un esfuerzo que nunca antes había sentido. Ingresó en la sala de profesores, ese lugar amueblado con confortables sillones y cuadros de ilustres juristas. No se detuvo, más bien evitó todo contacto con otros colegas. Atravesó un pasillo que desembocaba en la escalera hacia el aula. Todo le resultaba tedioso, rutinario, como las manecillas del reloj: los minutos componen las horas, éstas completan los días, y así los meses y los años. Fredes siempre había disfrutado de dar clases y el intercambio de opiniones con los alumnos era su cuota viviente, su contacto con la realidad.

Ahora, su desánimo era total ¡Qué lejos había quedado ese entusiasmo!

Para peor ese día debía explicar la tenencia de drogas, justamente él, que se sentía responsable de la adicción de su hijo.

Inició la segunda hora de clase advirtiendo que se trataba de un tema controvertido, que debía ser enfocado desde distintos ángulos: “La gran discusión de base es si consumir droga por ser un derecho a la intimidad no debe ser castigada, o bien, si por representar un peligro para el consumo de los demás se lo debe reprimir. Hay una tendencia a despenalizar a los adictos, pues son enfermos que en vez de ser considerados delincuentes necesitan ayuda”. Mientras lo decía se representaba a Hernán y se convencía de que la droga había sido la culpable del cambio en su personalidad y de todo lo que le aconteciera.

Un joven levantó la mano. Fredes se quedó paralizado, el caso de su hijo se había difundido en la Facultad y él no quería debatirlo en clase. El alumno dijo: “la ley penal debe ser realista. Si se quiere castigar el tráfico de drogas hay que reprimir al adicto porque es un eslabón en la cadena. No interesa si lucra o no, pero al pasar la droga está trasmitiendo el vicio a un tercero que hasta entonces podía no consumir”.

Le resultaba inverosímil pero el planteo era cierto, tan cierto que tenía nombre y apellido, se llamaba: Agustina Roncaglia.

Era como verse deformado en un espejo curvo. Fredes por primera vez en toda su carrera docente se encontró limitado en sus respuestas e intentó darle un giro al tema: “No es tan simple. Es muy difícil saber si se debe reprimir enérgicamente o buscar la readaptación por otras vías. La violencia es fruto de una cultura de exclusión que arranca en los 90. Las personas dejan de ser personas para convertirse en cosas e incluso –hizo una pausa, como pensando lo que iba a decir–, suena terrible, pero incluso pasan a ser enemigos que hay que destruir. Enseguida agregó: Una escritora francesa, Vivian Forrester, decía sobre los marginados sociales: “La razón por la que esa gente ataca es porque están acorralados en un sistema en el cual no tienen lugar ni tampoco posibilidad de abandonarlo. Carecen de trabajo, dinero y futuro. No son carenciados sino que directamente no existen. No tienen dignidad y su vergüenza está contenida por el odio. Sus ataques entonces son reacciones propias de animales enjaulados”. Cuando terminó de leer la cita, de alguna manera, él también se sintió un “marginado”. Miró el reloj, aún faltaban diez minutos, pero no soportaba más. Dijo: muchos buscan la solución cambiando la ley penal. Pero unos pocos se plantean por qué se drogan. Ya es casi la hora, seguimos en la próxima.

Se retiró del aula incómodo. Él nunca antes había indagado por qué los jóvenes se drogan, y por eso en la adicción de Hernán al menos había tenido un pecado de omisión…Esa había sido su última clase. No quería discutir y que le mostraran lo que no quería ver… Cuando bajó la escalera de la Facultad ya era de noche. Se topó con las luces de la ciudad.

Fue hasta un bar, abrió su notebook y envió una carta de renuncia al Decano de la Facultad, en la que adujo razones de salud, lo cual en cierta forma era verdad: se estaba volviendo loco”

-Extraído de “Una traición imperfecta”, la última novela de Jackie Vidal, Editorial Alción, en venta en librería “Hernandez”. Corrientes y Uruguay-

 
 
 

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